Acudieron siete personas. Siempre sentía lo mismo: era terrible, de veras, pero lo sentía: deseaba que no apareciera nadie, porque eso sería algo definitivo y sugeriría persecución, humillación, algo ante lo que se podía reaccionar. Pero siete personas no era nada: era peor que nada, porque evidenciaba la inercia de la masa imposible de capturar. Le destrozaba a uno el alma.
Elizabeth Gold
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