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domingo, 27 de diciembre de 2009

Amaba más los versos que su ciencia. Los tenía en gran estima, como la música. En el fondo de su alma admitía que el talento del pintor, el talento del poeta, eran un don de Dios, lo mismo que, por ejemplo, una hermosa voz. Es decir, algo otorgado desde arriba. Para él, la ciencia era otra cosa. El científico poseía la facultad de plantear preguntas exactas a la naturaleza, encontrar, captar y comprender sus respuestas. No había en ello nada excepcional. Yo, Timoféiev, puedo hacerlo, por consiguiente también los demás.

Koliusha

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