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domingo, 11 de octubre de 2009

En aquellos años se consideraba normal que la autoridad del cientifico coincidiera con la del jefe. Al jefe nadie le escribía las disertaciones. Ante él, los subordinados temían poner al descubierto su falta de talento. El inepto no podía obtener privilegios especiales ante el capacitado. Después de la revolución vino una época hostil y nada provechosa para las mediocridades y los arribistas, por eso no se sentían inclinados hacia la ciencia. No se elegían directores para entrar en la Academia, sino que los académicos eran nombrados directores.

Danil Granin

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